lunes, 17 de febrero de 2020

Tres conciertos y dos cellos


Tengo a Beethoven entre mis 4 favoritos, pero no es el primero. No sé por qué, cuando casi para todo el mundo lo es. Pero es así. Entré en la música clásica con Wagner por parte de padre, sigue gustándome en algunas obras y me parece el padre de todos los posteriores; luego con Vivaldi y sus Cuatro estaciones, cómo es normal al principio, por parte de un amigo; y luego con Bach, por mi mismo. Al cabo de un tiempo seguí con Mozart que me sedujo para siempre y luego llegó Mahler, al que consideré el último de los clásicos.
Entre ellos había otros muchos y, siempre, como pilar al que asegurarse podía contar con Beethoven. En algún momento me dió por acercarme a sus trios de cuerda y me costó entrar en ellos. Así que lo tenía opositando a entrar en esos 4 favoritos.
En este año se cumple el 250 aniversario de su nacimiento y tanto en el Palau de la Música como en L’Auditori están programadas un montón de sus obras. El sábado pasado me tocó el Triple Concierto de Beethoven que resulta ser uno de los menos programados de éste compositor. El único que escribió para más de un instrumento solista.  Dicen que por la dificultad de unir a 3 solistas capaces de verdad de ejecutarlo. Lo escuché en la punta de la butaca. Me encantó y pareció enorme. Me dio la impresión de que no es una obra difícil de llegar al gran público a pesar de la dificultad que entraña. Y que deja una sensación de bienestar insuperable.
Cada instrumento tiene la oportunidad de alternar de forma individual con la orquesta; dos instrumentos solistas también pueden interactuar; y los tres incluso tocar juntos con la orquesta. Los diálogos que efectúan los tres instrumentos entre sí, y orquesta incluida, son para sentarse en una butaca, y no levantar el culo hasta el Fín.
Para evitar ahogar la voz más grave del cello, la parte de piano es ligera y transparente; Beethoven escribe principalmente para las cuerda más alta del cello, permitiendo así que el instrumento alterne con el violín en igualdad de condiciones, por así decirlo.
El segundo movimiento, Largo, es relativamente corto pero exquisito y encantador. Es tan increíblemente bonito como pocos que puedan escucharse. Este movimiento fluye hacia el final en que, sin solución de continuidad, sigue con el tercer movimiento.
Es fundamental la interpretación que hicieron Richter al piano, Oïstrakh al violín y Rostropovitch al cello con Karajan dirigiendo. aquí están los tres interpretes en Moscú a principios de los 70.



Podría decirse que es el “concierto para cello de Beethoven”. Entre las curiosidades/coincidencias que surgen escuchando conciertos para cello, muchos coinciden que entre los más destacados para éste instrumento está el Concierto para cello de Elgar de 1919. Esta obra no obtuvo mayor popularidad sino hasta la década de 1960 cuando una grabación de Jacqueline du Pré captó la atención del público y se convirtió en una de las grabaciones de música clásica más vendidas.
Jacqueline du Pré se casó con Barenboim. Su amistad con los músicos Itzhak Perlman, Zubin Mehta y Pinchas Zukerman y su matrimonio con Daniel Barenboim inspiraron un filme. Los cinco se denominaban a ellos mismos como la mafia musical judía.
Aquí está el Adagio del Concierto para cello de Elgar en la versión que hicieron Jacqueline du Pré dirigida por Barenboim en 1967 antes de que la esclerosis múltiple empezara a hacer sus efectos que la llevaron a la muerte con 42 años.


Su violonchelo, un Stradivarius Davidov 1712, fue adquirido por poco más de un millón de libras por la Fundación Vuitton, que lo dejó en préstamo al chelista Yo-Yo Ma, que junto con Perlman al violín y Barenboim al piano y dirigiendo la Filarmónica de Berlin en 1995 nos muestran otra versión de Triple Concierto de Beethoven.













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